reset





Rápido, rápido que termina.

Saboreando el tacto de las últimas líneas,
abro al límite la mirada
sin permitirme perder ese instante
con la interrupción de cualquier inútil parpadeo.

Acabo
cuando la insolente punzada me ataca
en silencio
por la definitiva palabra leída.

Aprieto y me desbordo en lágrimas al echar de menos ya
otra bella historia, otras vidas.

Y mientras la esponjosa fibra de mis sueños
deja escapar con fuerza la tristeza,
mis párpados se cierran para dejar ir lo que no recuperaré,
sin ver cómo el viento de las tres y media
se lo lleva sobre la hoja que me arrebata la sombra.

Así, entre lo que no sé si es realidad o ilusión,
un atisbo de luz
me devuelve mi flotante puntito negro que aparece y se esconde
cuando entorno los ojos.

Insistente, me intento resetear,
pero la sustancia del tiempo,
de haberme rozado el aire helado sin querer impedirlo,
no puede reanudarse.

Soltando poco a poco la maraña de nudos,
miro hacia arriba, a lo más alto,
a las copas de los árboles que me acompañan de la mano.
Unos,
en lo más lejano,
le devuelven sus destellos a los soles de la tarde.
Otros,
que se giran para verme,
me sollozan de melancolía.

Por eso sigo,
continúo para descansar de tu huida y llenar de calor tu espacio,
para abrazarme en la espiral de aliento,
aquí y ahora y siempre,
aunque sepa que después de la vuelta vendrá la nostalgia…


Esperaré a que la lluvia amaine tu falta, de la que fui y que no seré por lo que me añado a mi misma cada otoño.

Nubes de té



Medio dormida medio despierta, calenté mis manos apretando la taza.



Pensé en hacerlo y allí estaba, subida en la nube de té.  Me puse la mano como visera y divisé el silencio de verdad, sobre  la nube, cambiando mi perspectiva.



Alzarse en algo que antes se movía y ahora estar totalmente quieta es un acontecimiento que me ha dejado con la boca abierta. Descubro que cuando el silencio es real, interno, hasta las oropéndolas me esperan para darme la bienvenida.



Este silencio transparente que ni es hueco ni oscuro, se va llenando de las nuevas hojas de mi rosal blanco que el frío de la mañana hace tiritar. Si me asomo adentro,  como el curioso y descarado petirrojo que me persigue, escucho al sol atravesando la cortina para darle la vuelta a todo lo que me acontece.



Si un paso va tras otro, si una piedra se pone al lado de otra, y si apago el calor vendrá el frío… me escucho  y no me conozco.



Este devenir del tiempo, este crepitar de fuego apagado, me llena de algo que pensé que no era mío. Porque si los verdes son verdes, los rojos son rojos y los lilas son lilas, también los amarillos y azules serán así, azules y amarillos. De la palabra sentada al viento levantado hay un instante, ese instante que ahora me acompaña y que me ha descubierto alejada de lo que creí no ser.



Arrojada a la aventura, a la acampada en la noche estrellada, me recuesto en mi nube que me arropa con la luna y que me cuida de pulpos, tormentas y espirales.





Y como en el cuento, con un beso, abro los ojos y te veo ahí, a mi lado, cerrando los tuyos durante nuestros tres segundos.

arco-iris de confeti

No oía nada, tampoco podía ver pues mis ojos permanecían cerrados. Si llegué a creer que estaba comenzando a chispear, pronto descubrí que lo que me rozaba no era lluvia sino pequeños trocillos de papel, que me envolvían y me hacían cosquillas. Abrí pausada mis párpados y esa falsa lluvia de arco-iris de confeti me marcó la sonrisa. Noté entonces que me abrazaban, que me tocaban las manos; allí estaban mis compañeras de trabajo esperando mi regreso, mi pequeña familia, mis padres como siempre preocupados, mi querido presidente y cartero, los nuevos amigos de Madrid, la vecina de enfrente siempre alentando el saludo, mis compañeros de ilusiones y de cambios, en fin, mucha más gente que se alegraba al verme, deseándome lo mejor… Sin saber todavía lo que estaba ocurriendo, cada vez que intentaba preguntar no oía el sonido de mi voz, ni entendía lo que me contestaban con cara amable. Los brillantes rostros de quienes me acompañaban me hicieron apreciar que no debía preocuparme. Aunque noté las ausencias, no me dolió mucho porque respiré hondo. Asombrada, empecé a escuchar levemente. Un leve murmullo abrió camino a las voces cada vez percibidas con mayor nitidez. Miré a mi alrededor y palpé una especie de burbuja que me hacía flotar trasladándome de aquí para acá, entre todas esas personas, embriagándome un leve sopor que invadía mis entrañas. Qué rara y qué bien me sentía. Algo se cocinaba en alguna parte, un aroma a chocolate caliente y a bollitos de azúcar molida recién hechos impregnaba la foto. Entonces llegaron mis abuelas y mi abuelo. Qué extraño, hacía ya tiempo que me había hecho a la idea de no volverlos a ver… se me escapó una lágrima al acariciar el pelo de mi yayo Paco, tan suave, fino y blanco como la última vez que lo toqué, y tan paciente como lo recordaba, dispuesto a admitir la repetición de aquel gesto cuantas veces quisiera yo hacerlo. La olor de mis abuelas también me llegó, a Joya y a crema de lavanda; ¡y sus manos! esas cuatro manos que tanto marcaron el recorrido de mi infancia estaban junto a las mías. Aunque me resistía, era necesario hacerse consciente de que todo aquello no podía ser cierto, pues alguien me preguntó qué quería beber y yo no lo dudé: “Fanta de naranja”, habían transcurrido demasiados años desde esa contestación. Comencé de pronto a moverme pero en la imagen permanecía quieta, poco a poco todo se iba desvaneciendo… . . . Cuatro brazos me rodearon y dos besos y un dulce “feliz cumpleaños, mami” me despertaron. Mis soles me iluminaban un nuevo día.

crisálida

A veces, los cambios se producen tan lentamente que se difuminan en el horizonte, imperceptibles incluso para una misma. En un momento cualquiera, sin esperarlo, alguien te nota diferente. Esa apreciación a la que prestas poca atención, te lleva en la intimidad a mirarte por dentro, revolviendo un poco, buscando ese matiz. Descubres que la razón por la que cambiabas palabras no era indicio de nada preocupante, sólo el resultado de la dispersión de tus pensamientos que te llevan de acá para allá, como si el telescopio que usas para buscar la solución sin ser descubierta, se hubiera vuelto un poco loco dando vueltas y vueltas… El paseo lo empiezo pisando las olas que tanto me gustan llenas de recuerdos, sintiendo esa brisa que mece mis sueños. Había dejado el tiempo flotando, cogido con hilo atado a uno de mis dedos, y mientras estaba mirándolo relajada e intentando descubrir su final en el cielo… lo he sentido. Ya no soy ni estoy ahí. He dejado de ser esa crisálida apretujada entre algodones para no hacerme daño al golpearme, esperando salir de mi escondite con la mirada llena de nostalgia mientras permanezco detrás de la ventana hasta que termine de llover.

Cuando salté fuera de la sombra del gran pulpo, empecé a disfrutar con el atrevimiento a lo distinto; los colores ya no tenían que ser o negro o gris y la falda podía ser con mucho vuelo. Tomé conciencia de que no terminaba el camino sino que empezaban muchos nuevos y que podía seguir descubriéndome para mis dos soles y, sobre todo, para mí misma.

La sonrisa de sentir la brisa entre mis ropas y mi piel mientras pisaba olas, me elevó embriagándome de aire perfumado. Pensé que ser crisálida para siempre ya no me servía, podía dar el paso a mariposa estando segura de no desfallecer, pues mis alas no eran prestadas y el color y la luz no sólo estaban fuera sino también dentro de mí.

(foto: Charles Krebs, escamas de alas de mariposa)

¡¿creo en las princesas?!, me dice Pablo

En el campo, mirando hacia mi ordenado horizonte repleto de olivos, intento descubrir la solución a un nuevo enigma, como lo de si fue antes el huevo o la gallina, ¿me gustan los olivos ahora porque soy como soy o soy como soy porque me gustan los olivos?

Cada vez que subo las escaleras de mi casa, antes de subir o bajar tengo una parada obligada, el cuadro de olivos que me gusta tanto y que me interroga con la misma pregunta, ¿me gusta el cuadro de olivos porque soy como soy o soy como soy porque tengo este cuadro de olivos?

El orden simétrico de un árbol tras otro, uno al lado de cada uno, cerca de otro igual o parecido a sí mismo, me envuelve de nuevo en otro de mis bucles de ensueño, ¿sueño por que soy como soy o soy como soy porque sueño?

Te veo mirándome, sonriente y satisfecho de oírme casi sin escucharme, estudiando mis gestos, mi sonrisa, siguiendo mis manos con tus ojos, lo que soy, porque tú sí que has sabido verme así, como tú has querido que sea.

Me dices, ¡¿creo en las princesas?!, yo sé que tu lo crees y que lo que me preguntas es si realmente yo lo creo.

En el fondo, lo que sé es que tú quieres que yo me sienta como tú me ves, porque me ves flotar entre tules, porque me has visto hasta dónde puedo llegar incluso antes de que yo misma supiera los caminos hacia donde dirigir mis pasos.

Hace unos meses, disfrutando de tu último catálogo porque sin creerlo sabía que tus manos ya no me darían más… encontré un retrato de alguien que fui y que no recordaba, seguramente porque nunca imaginé que pudiera serlo. Mi respuesta fue rápida en ese momento, ¡no era ni Tania ni era bailarina!, pero ahora ya he entendido que aquella era lo que tú viste de mí hace más de veinte años.

Y de esto se trataba, de que a lo largo de nuestros tiempos, trenzando todos aquellos hilos que nos han unido, con los que nos hemos sujetado a conciencia, te quedaras enredado en mi interior.

Por eso, no te pienso echar de menos porque te siento conmigo, formando parte de mis vivencias, de mi propio crecimiento, recordando tu sensibilidad, tu delicadeza y hasta tu brusquedad cuando con tu fuerza querías movernos más deprisa de lo que esperábamos.
Aunque hayas abandonado aquí lo que te retenía, sigues en el mismo sitio, conmigo, igual como espero quedarme con alguien cuando me tenga que marchar.


puro chocolate


Saboreando una gran onza de chocolate negro evoco tu ausencia.  El chocolate negro, el puro, el que nos hace apretar la lengua al paladar con su amargo dulzor, cuanto más oscuro mejor, ése es el que nos gusta. Bueno, me gusta porque ahora no sé muy bien dónde estás y si seguirás comiéndolo.
Te pedí, te pedimos, que nos esperaras mientras nos hacíamos una infusión de tomillo para mí y un café y otro para ti, con la tableta del dichoso chocolate delante de todo. Pero… te fuiste. Aunque yo te siento aquí, a mi lado, con ese levantar de cejas tan tuyo, con esa cara de interrogación constante sobre lo que vivíamos, lo que sentíamos, como luchadoras incansables de lo cotidiano y lo cercano.
En estos días, delante del ordenador, sólo llegaba a escribir mis puntos suspensivos; varias veces me dejaste sin habla, sin saber cómo reaccionar ante este robo del que ni tan siquiera puedo presentar una denuncia, ¿a quién? ¿a dónde acudir?.
Te admiro, tu valentía, tu entereza, tu decisión a que el viento no nos dejara tranquilas. Nuestros pendientes tan pequeños, nuestros collares, nuestro color, el lila, nuestras lecturas, nuestra música, nuestros rechazos, nuestros embarazos, tus hijos y mi hija, nuestros chicos, nuestros viajes, nuestras fotos, nuestros corazones, nuestras vidas…
Te prometo que te lo voy a cuidar todo, porque te quiero y, sencillamente, por egoísmo para que me sigas cuidando. Te regaré las plantas y las veré crecer y florecer con tus ojos.
Mientras llega el momento en el que pueda entender lo que nos ha pasado, cómo llenar este agujero tan grande en el que no quiero caer, le haré caso a mi pequeño sol y pintaré mandalas, del centro hacia afuera, mandalas de colores, mandalas sin verde y con poco amarillo, mandalas de luz, mandalas ligeras de colores al viento, que giren rápidas alrededor de las olas de nuestras aguas.

en cuero


Sin saber por dónde empezar, mi cabeza da vueltas encima de la peonza. Mientras gira y gira sin detenerse en nada, fluye una tarde de propósito de enmienda y revisión de objetivos,  porque ¿dónde estamos cuando pensamos…?


Pues como cuanto más empeñada esté en momento equivocado, menos posibilidades tendré de acertar en la diana, hago un descanso y respiro, ¡uf! mis respiros.



Y mientras el rayo de sol me alcanza, una inesperada sorpresa me hace girar sobre mí misma: una patata frita con perfecta forma de corazón, me saluda y me traslada fuera de mi habitual constancia.



Me lleva, de pequeña, otra vez, donde he estado queriendo llegar desde siempre, a la esencia, a la esencia de mi tiempo vivido.



Y me asomo, de nuevo,  y miro con riesgo hacia la bandada de pájaros picoteando y posándose alrededor de todo lo que tengo.



Porque si descomponiendo los aromas de mi infancia recojo levemente el dulzor del algodón y la caramelizada manzana de feria, de lápices mordidos y  bolitas de borrador de nata, reconozco con mayor fuerza la tierra mojada, de lluvia, de ventana, de tristeza.



Por eso, estoy alerta, tiro de la anilla que sujeta el hilo de mi río del día feliz. De la tarde en la que todo puede pasar y cualquier cosa. Me preparo para dejar ir a todo lo que vino y toqué.



Y sin bajar la guardia aprieto fuertemente los ojos ahora y entonces, agarrando con fuerza la recia y pesada chaqueta de cuero tres cuartos con la que mi padre guardaba mis sueños. Porque ese olor, duro, a frondoso bosque de perenne hoja, era la prueba evidente de un mundo de adultos que me protegía,  la seguridad de que pasara lo que pasara, aunque llegara la noche, lo desconocido, en la mañana volvería a respirar el aroma inciensado de la tarde,  con los perros a lo lejos mostrando su valía, y que aunque el aire de las tres y media pasara a las cinco… sería rescatada como el avión que rompe el cielo en la paz de la siesta.



Y si nunca fui pequeña de verdad…  si la madurez que yo sentía era la reflexión sobre aquello que quería vivir algún día, disfrutaré reviviendo mis sueños, contando nubes, contando duendes.





 Igual que una vida de trabajo con martillos neumáticos puede atenuar la sensibilidad al ruido, como diría Gurney en Cierra los ojos de John Verdon