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Rápido, rápido que termina.

Saboreando el tacto de las últimas líneas,
abro al límite la mirada
sin permitirme perder ese instante
con la interrupción de cualquier inútil parpadeo.

Acabo
cuando la insolente punzada me ataca
en silencio
por la definitiva palabra leída.

Aprieto y me desbordo en lágrimas al echar de menos ya
otra bella historia, otras vidas.

Y mientras la esponjosa fibra de mis sueños
deja escapar con fuerza la tristeza,
mis párpados se cierran para dejar ir lo que no recuperaré,
sin ver cómo el viento de las tres y media
se lo lleva sobre la hoja que me arrebata la sombra.

Así, entre lo que no sé si es realidad o ilusión,
un atisbo de luz
me devuelve mi flotante puntito negro que aparece y se esconde
cuando entorno los ojos.

Insistente, me intento resetear,
pero la sustancia del tiempo,
de haberme rozado el aire helado sin querer impedirlo,
no puede reanudarse.

Soltando poco a poco la maraña de nudos,
miro hacia arriba, a lo más alto,
a las copas de los árboles que me acompañan de la mano.
Unos,
en lo más lejano,
le devuelven sus destellos a los soles de la tarde.
Otros,
que se giran para verme,
me sollozan de melancolía.

Por eso sigo,
continúo para descansar de tu huida y llenar de calor tu espacio,
para abrazarme en la espiral de aliento,
aquí y ahora y siempre,
aunque sepa que después de la vuelta vendrá la nostalgia…


Esperaré a que la lluvia amaine tu falta, de la que fui y que no seré por lo que me añado a mi misma cada otoño.

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